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jueves, 29 de noviembre de 2007

Mike Hampton, que sí, que no: Elia Casillas


Elia Casillas












Esa fotografía la tomé cuando ya se nos iba el Mike. Me pregunto si alguna vez lo tuvimos. Bueno, era un verdadero alboroto, un bochinche, un mitote, noticia que andaba entre corredores, en avenidas, en cafés, en Internet no se diga, pero... Uy, como se comentó y se machacó hasta el cansancio. Aquello era cosa grande chicos. Los comentaristas le sacaron filo al colmillo y el Hampton no se les caía de la boca, ni a ellos ni a nosotros, la gente también nos cuestionó. Y a querer y no,  nos venía de rebote su arribo, que al final de cuentas, si pensamos un poco y con atrevimiento, ni nos beneficiaba, ni todo lo contrario. Cada persona que le escuché hablando de él decía: oye y tiene jet propio, y gana quince millones de dólares. ¿Y a nosotros qué? Digo, no iba a prestarme su avión, de sus dólares yo no conocería ni el olor, pero así somos  de soflameros, dijera mi abuela. Esa noche les juro que me esmeré, fui al closet por el mejor atuendo; si el molcajete tenía polvo, aquello ya era historia, total, en Navojoa todos estamos empolvados hasta el tuétano. En el estado de Sonora, nos conocen como los polvorosos y a nosotros,  éso ya no nos hace cosquillas, es una verdad y nos hemos acostumbrado a cargarla, que ni la sentimos, aunque nos esté enfangando los pulmones. Sin embargo, esa noche me fui temprano al juego: parte baja del primer inning. Eso es un record, el Pollo Layo y yo, siempre entramos en la tercera entrada, si no es que más tarde. Y que llego y que se inicia la segunda entrada y que el Mike iba a la loma y yo bien puesta, y de repente... Que lo veo venir, y pensé, este arroz ya se acedó. Sí, esos presentimientos que a uno le avisan, no sé, creo que las mujeres debimos nacer sin sexto sentido, total, nadie nos cree ni aunque tengan al ahogado enfrente. Por eso, no sé porqué, pero percibí en ese momento, que el Mike nos iba a pintar un violín. Y miren, él llegó a lanzar la primera entrada, no se percató del alboroto, no se dio cuenta de que afuera, las filas ya eran boas hambrientas, boas hambrientas de ser, hambrientas de un Grandes Ligas, de un millonario. El Mike ni se enteró que el caos de su llegada iba a dejar el estadio Manuel "Ciclón" Echeverría sin estacionamiento, que las doñas irían más pintadas, y con perfume, que los señores y sus bigotes, eran una cara nueva. Nada de eso vio el Mike, no se dio cuenta de los niños que se preguntaban qué es un Jet, qué era un Grandes Ligas.  No se percató de que los chavales del pueblo desfilaron y desfilaron por nuestro palco con ilusión de verle, aunque fuera de pasada, para tener que contar al día siguiente en la escuela. El Mike, ignoró que Mel Esquer y el  Chabelo Ceceña, al escoltarlo, parecían sus guaruras, que traían el pecho hinchado, hinchado, que la sonrisa no les cabía en el alma y les brotaba de los ojos, de la piel, de cada diente. Éso no vio el Mike. Tampoco supo que mucha gente hizo un gran sacrificio para comprar un boleto, y salirse de su rutina monetaria, porque en este pueblo no hay mucho de donde agarrar, hablo de plata, aún así, ellos querían estar con él, ¿querían? Sí, querían y queríamos. Adió.  A la tercer entrada, él ya se había ido. Empacó su bistec y se fue. Desapareció con su nube verde, se fue con su olor, se fue con sus dolores, se fue con nuestro polvo, se fue porque: nunca fue nuestro, por más esfuerzo que hizo, nunca nos perteneció, aunque esa fuera su tirada, se fue porque la vida es así, unos van y otros se vienen. Voló en su Jet, se fue con sus millones y se fue con nuestras ganas de ser un equipo que, un día tuvo en sus filas un jugador como él, aunque a nosotros… No nos echara, ni un ojo.




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