Elia Casillas
Esa fotografía la tomé cuando ya
se nos iba el Mike. Me pregunto si alguna vez lo tuvimos. Bueno, era un
verdadero alboroto, un bochinche, un mitote, noticia que andaba entre
corredores, en avenidas, en cafés, en Internet no se diga, pero... Uy, como se comentó
y se machacó hasta el cansancio. Aquello era cosa grande chicos. Los
comentaristas le sacaron filo al colmillo y el Hampton no se les caía de la
boca, ni a ellos ni a nosotros, la gente también nos cuestionó. Y a querer y
no, nos venía de rebote su arribo, que al final de cuentas, si pensamos
un poco y con atrevimiento, ni nos beneficiaba, ni todo lo contrario. Cada
persona que le escuché hablando de él decía: oye y tiene jet propio, y gana
quince millones de dólares. ¿Y a nosotros qué? Digo, no iba a prestarme su
avión, de sus dólares yo no conocería ni el olor, pero así somos de
soflameros, dijera mi abuela. Esa noche les juro que me esmeré, fui al closet
por el mejor atuendo; si el molcajete tenía polvo, aquello ya era historia,
total, en Navojoa todos estamos empolvados hasta el tuétano. En el estado de
Sonora, nos conocen como los polvorosos y a nosotros, éso ya no nos hace
cosquillas, es una verdad y nos hemos acostumbrado a cargarla, que ni la
sentimos, aunque nos esté enfangando los pulmones. Sin embargo, esa noche me
fui temprano al juego: parte baja del primer inning. Eso es un record, el Pollo
Layo y yo, siempre entramos en la tercera entrada, si no es que más tarde. Y
que llego y que se inicia la segunda entrada y que el Mike iba a la loma y yo
bien puesta, y de repente... Que lo veo venir, y pensé, este arroz ya se acedó.
Sí, esos presentimientos que a uno le avisan, no sé, creo que las mujeres
debimos nacer sin sexto sentido, total, nadie nos cree ni aunque tengan al
ahogado enfrente. Por eso, no sé porqué, pero percibí en ese momento, que el
Mike nos iba a pintar un violín. Y miren, él llegó a lanzar la primera entrada,
no se percató del alboroto, no se dio cuenta de que afuera, las filas ya eran
boas hambrientas, boas hambrientas de ser, hambrientas de un Grandes Ligas, de
un millonario. El Mike ni se enteró que el caos de su llegada iba a dejar el
estadio Manuel "Ciclón" Echeverría sin estacionamiento, que las doñas
irían más pintadas, y con perfume, que los señores y sus bigotes, eran una cara
nueva. Nada de eso vio el Mike, no se dio cuenta de los niños que se
preguntaban qué es un Jet, qué era un Grandes Ligas. No se percató de que
los chavales del pueblo desfilaron y desfilaron por nuestro palco con ilusión
de verle, aunque fuera de pasada, para tener que contar al día siguiente en la
escuela. El Mike, ignoró que Mel Esquer y el Chabelo Ceceña, al
escoltarlo, parecían sus guaruras, que traían el pecho hinchado, hinchado, que
la sonrisa no les cabía en el alma y les brotaba de los ojos, de la piel, de
cada diente. Éso no vio el Mike. Tampoco supo que mucha gente hizo un gran
sacrificio para comprar un boleto, y salirse de su rutina monetaria, porque en
este pueblo no hay mucho de donde agarrar, hablo de plata, aún así, ellos
querían estar con él, ¿querían? Sí, querían y queríamos. Adió. A la
tercer entrada, él ya se había ido. Empacó su bistec y se fue. Desapareció con
su nube verde, se fue con su olor, se fue con sus dolores, se fue con nuestro
polvo, se fue porque: nunca fue nuestro, por más esfuerzo que hizo, nunca nos
perteneció, aunque esa fuera su tirada, se fue porque la vida es así, unos van
y otros se vienen. Voló en su Jet, se fue con sus millones y se fue con
nuestras ganas de ser un equipo que, un día tuvo en sus filas un jugador como
él, aunque a nosotros… No nos echara, ni un ojo.