V
La Operación
Una noche antes de la operación, Mel pidió que me fuera con ellos a las cinco de la mañana porque tenían que donar sangre y prepararse para la operación. La verdad estaba demasiado cansada, el doctor Pablo de la Rosa no aseguró nada, dijo que lo de Luis era serio, pero había otros enfermos más urgentes. Cuando Mercedes y Paola salieron rumbo a Ciudad Obregón yo dormía y no los sentí, gracias a Dios, porque así pude dormir tranquila cinco horas más. Al despertar fui a la cocina, herví las albóndigas que había cocinado la noche anterior, puse las toallas en la lavadora y entré a la ducha, cuando me secaba sonó el teléfono, era Gabriela, avisando que me fuera rápido ya que Luis iba a entrar al quirófano y que le dijera a Danira para que ella me llevara a tomar el autobús. Hablé y el teléfono estuvo ocupado en dos ocasiones, entonces busqué en la memoria y sólo alcancé a ver a Nena de Estrada, esposa del Paquín y le llamé. Inmediatamente dijo que pasaría por mí, en eso recordé que el dorado ( auto) estaba fuera pero… ni contaba con dinero, ni el stratuss tenía gasolina y tampoco vi la tarjeta para cruzar la caseta sin pagar la cuota de cincuenta y siete pesos. Le dije a Nena que yo iría en el auto a su casa para que no viniera por mí y así fue, cuando llegué ella me esperaba, pasamos a un supermercado a comprar café y un pan, ella no había desayunado ni yo. Durante el trayecto hablamos de nuestras correrías en el béisbol, y al fin aterrizamos en el hospital, pedí permiso al guardia para ir al quirófano a darle la bendición a Luis a ponerlo en manos de Dios no, en sus manos ha estado siempre. El médico ordenó que lo dejaran verme, estaba en la camilla listo, feliz, desde que supimos del tumor nunca lo vi tan contento como ese día, entonces dijo:
-Todo va a estar bien no te preocupes, ¿ya viste quienes van conmigo? Tengo una guerrillera, las enfermeras ya me dijeron que de ahora en adelante le voy a ir a los Yaquis, y les dije que sí, que cuando esté listo nos vamos a ver en el estadio.
-Si padre, primero Dios, ni sé como darte la bendición… Bueno viejo, que Dios te cuide y te socorra.
Salí a buscar a Nena, tenerla a mi lado era como ir en una barca de aguas calmosas, sin dejar de ver la terrible tormenta que nos amenazaba, aún así me sentía en paz. Nos encontramos a Mel con su familia, Nena y yo nos fuimos a Misa, la iglesia había cerrado, entonces un hombre dijo que Catedral estaría abierta y allá nos dirigimos. Cuando entramos me llamó la atención que un grupo de ángeles rodeaban la figura central, no eran ángeles comunes, sus vestidos blancos y la piel plateada les deban otra dimensión desde el sitio donde nos encontrábamos, el incienso inundaba el recinto y nosotros andábamos detrás del Santísimo que jugaba a las escondidas, al fin después de un peregrinar por la catedral, estábamos frente a él. Nena con sus oraciones y yo con mis ruegos, más bien no eran mis ruegos, eran mil ruegos. No sé cuanto tiempo estuvimos ahí, hincadas, con rezos, con los ojos en el Santísimo pidiendo que viniera con un milagro y terminara con el tormento y la pena de tener a un hijo en manos de la ciencia, sin saber como saldría esa noche librando su propia cruzada y en ese momento de nuevo tuve que ponerlo en sus manos, -regrésamelo con la salud, que la operación salga bien, si desviaste tempestades, y abriste el mar para que tu pueblo fuera libre, quita ese tumor de su cabeza-. Tuvimos que irnos porque desalojaron el recinto, cuando salíamos Nena distinguió al Señor Obispo y le llevó saludos de Armando Reinoso. Cuando ella volvió; buscaba una alcancía para dar limosna, pero no encontramos, en eso se acercó el Obispo y fui a contarle nuestra historia, pidió le contara como se resolvía la operación de Luis y dijo que lo tendría en sus oraciones. Cuando salimos, nos dirigimos al restaurante que está frente al templo, ya sentadas, entró una llamada de Paquín y la pobre mesera hizo un surco dándonos vueltas, para que ordenáramos. De pronto le pregunté a Nena la hora y dijo que eran cinco para las dos, le comenté que sentí algo en el corazón. Entonces, ordenó la comida para llevar. Casi a las tres de la tarde, Nena dijo que rezaríamos el rosario de la Misericordia que se ora a las tres en punto. Más tarde, tuvimos que pedir de nuevo, Paola entró en pánico al no tener noticias de Luis, ya habían pasado cinco horas y dijeron que la operación duraría eso. No fue así, a las diez de la noche el doctor De la Rosa mandó por la familia, yo no quise ir, me quedé con los amigos que se acercaron durante nuestra agonía, la mía no fue tanto, con Nena me sentía segura, ya que para mí la oración es: terrón de azúcar en la amargura, vaso de agua en la tragedia, viento suave acariciándonos. El momento en que uno ora, entra en comunicación directa con Dios y aunque yo creo en él, esa noche no tuve valor de enfrentar al Doctor. Aunque dentro de mí, algo me decía que el médico no traía noticias buenas, noticias que por alguna razón, yo no quise escuchar.
La Operación
Una noche antes de la operación, Mel pidió que me fuera con ellos a las cinco de la mañana porque tenían que donar sangre y prepararse para la operación. La verdad estaba demasiado cansada, el doctor Pablo de la Rosa no aseguró nada, dijo que lo de Luis era serio, pero había otros enfermos más urgentes. Cuando Mercedes y Paola salieron rumbo a Ciudad Obregón yo dormía y no los sentí, gracias a Dios, porque así pude dormir tranquila cinco horas más. Al despertar fui a la cocina, herví las albóndigas que había cocinado la noche anterior, puse las toallas en la lavadora y entré a la ducha, cuando me secaba sonó el teléfono, era Gabriela, avisando que me fuera rápido ya que Luis iba a entrar al quirófano y que le dijera a Danira para que ella me llevara a tomar el autobús. Hablé y el teléfono estuvo ocupado en dos ocasiones, entonces busqué en la memoria y sólo alcancé a ver a Nena de Estrada, esposa del Paquín y le llamé. Inmediatamente dijo que pasaría por mí, en eso recordé que el dorado ( auto) estaba fuera pero… ni contaba con dinero, ni el stratuss tenía gasolina y tampoco vi la tarjeta para cruzar la caseta sin pagar la cuota de cincuenta y siete pesos. Le dije a Nena que yo iría en el auto a su casa para que no viniera por mí y así fue, cuando llegué ella me esperaba, pasamos a un supermercado a comprar café y un pan, ella no había desayunado ni yo. Durante el trayecto hablamos de nuestras correrías en el béisbol, y al fin aterrizamos en el hospital, pedí permiso al guardia para ir al quirófano a darle la bendición a Luis a ponerlo en manos de Dios no, en sus manos ha estado siempre. El médico ordenó que lo dejaran verme, estaba en la camilla listo, feliz, desde que supimos del tumor nunca lo vi tan contento como ese día, entonces dijo:
-Todo va a estar bien no te preocupes, ¿ya viste quienes van conmigo? Tengo una guerrillera, las enfermeras ya me dijeron que de ahora en adelante le voy a ir a los Yaquis, y les dije que sí, que cuando esté listo nos vamos a ver en el estadio.
-Si padre, primero Dios, ni sé como darte la bendición… Bueno viejo, que Dios te cuide y te socorra.
Salí a buscar a Nena, tenerla a mi lado era como ir en una barca de aguas calmosas, sin dejar de ver la terrible tormenta que nos amenazaba, aún así me sentía en paz. Nos encontramos a Mel con su familia, Nena y yo nos fuimos a Misa, la iglesia había cerrado, entonces un hombre dijo que Catedral estaría abierta y allá nos dirigimos. Cuando entramos me llamó la atención que un grupo de ángeles rodeaban la figura central, no eran ángeles comunes, sus vestidos blancos y la piel plateada les deban otra dimensión desde el sitio donde nos encontrábamos, el incienso inundaba el recinto y nosotros andábamos detrás del Santísimo que jugaba a las escondidas, al fin después de un peregrinar por la catedral, estábamos frente a él. Nena con sus oraciones y yo con mis ruegos, más bien no eran mis ruegos, eran mil ruegos. No sé cuanto tiempo estuvimos ahí, hincadas, con rezos, con los ojos en el Santísimo pidiendo que viniera con un milagro y terminara con el tormento y la pena de tener a un hijo en manos de la ciencia, sin saber como saldría esa noche librando su propia cruzada y en ese momento de nuevo tuve que ponerlo en sus manos, -regrésamelo con la salud, que la operación salga bien, si desviaste tempestades, y abriste el mar para que tu pueblo fuera libre, quita ese tumor de su cabeza-. Tuvimos que irnos porque desalojaron el recinto, cuando salíamos Nena distinguió al Señor Obispo y le llevó saludos de Armando Reinoso. Cuando ella volvió; buscaba una alcancía para dar limosna, pero no encontramos, en eso se acercó el Obispo y fui a contarle nuestra historia, pidió le contara como se resolvía la operación de Luis y dijo que lo tendría en sus oraciones. Cuando salimos, nos dirigimos al restaurante que está frente al templo, ya sentadas, entró una llamada de Paquín y la pobre mesera hizo un surco dándonos vueltas, para que ordenáramos. De pronto le pregunté a Nena la hora y dijo que eran cinco para las dos, le comenté que sentí algo en el corazón. Entonces, ordenó la comida para llevar. Casi a las tres de la tarde, Nena dijo que rezaríamos el rosario de la Misericordia que se ora a las tres en punto. Más tarde, tuvimos que pedir de nuevo, Paola entró en pánico al no tener noticias de Luis, ya habían pasado cinco horas y dijeron que la operación duraría eso. No fue así, a las diez de la noche el doctor De la Rosa mandó por la familia, yo no quise ir, me quedé con los amigos que se acercaron durante nuestra agonía, la mía no fue tanto, con Nena me sentía segura, ya que para mí la oración es: terrón de azúcar en la amargura, vaso de agua en la tragedia, viento suave acariciándonos. El momento en que uno ora, entra en comunicación directa con Dios y aunque yo creo en él, esa noche no tuve valor de enfrentar al Doctor. Aunque dentro de mí, algo me decía que el médico no traía noticias buenas, noticias que por alguna razón, yo no quise escuchar.
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